
Reclinada sobre tu pecho
aquel verano
veíamos bostezar los arboles a la luna,
tu aliento, olía a pan dulce
saliendo de tus labios
incendiarios de deseos,
tus brazos, torneaban
mi cintura y las horas,
pasaban perezosas.
Lentamente...
llegó
el
invierno.
Con sus brumas,
sus escarchas
y la ausencia
heladora del destino.
A veces, el viento frío
llegaba envuelto
en una cálida brisa
y el amanecer me sorprendía
por los senderos blancos
de aquel verano.
Algunos días...
necesitaba oír el roce de las estrellas.
Adelaida Hidalgo